Adaptación libre de una nota publicada originalmente en el Scientific American
Es impresionante cómo nos afecta la textura del papel, de qué manera guardamos lo que leemos. Por ejemplo, solemos recordar partes de lectura de la misma manera que relacionamos accidentes geográficos con los mapas. El papel afecta por cuánto tiempo recordamos lo leído, qué tan fácil nos es mantener la atención en la lectura y otras cuestiones más.
De todas formas, tomar partido resulta contraproducente. Leer en papel no es mejor ni es peor que leer en pantalla: es diferente. Son dos procesos distintos.
¿Recuerdan este video?
Ese pintoresco video surgido hace dos años muestra a una nena que trata de “pellizcar” el papel de una revista como si fuera un iPad. La nena ya tiene 3 años y medio y ahora no interactúa con revistas como si fueran pantallas táctiles. Es simplemente equivocado decir que las revistas de papel son inútiles y que los “nativos digitales” no pueden entenderlas. Los niños que jamás hayan usado un iPad o un ereader igual van a pasar sus dedos por el papel como si fuera una pantalla táctil. El motivo de esto es simple: los bebés tocan todo. De esa forma aprenden a pasos agigantados acerca del mundo que los rodea. Si vamos al caso, los bebés hasta van a tratar de comerse los libros, y no es por haber usado un nuevo iPad con sabor.
La pregunta interesante es de qué manera la tecnología que usamos para leer afecta a la forma en que leemos. ¡Y hay varias respuestas!
¿Debemos preocuparnos por la división de nuestra lectura entre tinta y píxeles o es un asunto irrelevante?
Hasta el’ ’92 los estudios concluían que leemos más lento, con menor precisión y con menor comprensión en la pantalla que en el papel. Pero otros estudios que siguieron se fueron contradiciendo: no encontraban mayores diferencias entre papel y pantalla. La mayoría de la gente prefiere el papel para leer, pero esto puede ir cambiando a medida que mejoran los ereaders y tablets. De hecho, en EEUU los ebooks representan el 15 a 20% de ventas anuales de libros.
Leer en pantalla requiere de mayor esfuerzo cognitivo que leer en papel
Esto dificulta nuestra capacidad para recordar lo leído. La falta de una experiencia táctil (que ofrece el papel) afecta la intuitividad con la que recorremos el texto. No es menor nuestro prejuicio: nos acercamos al texto en pantalla de diferente forma que frente al texto en papel.
“Hay fisicalidad en la lectura,” dice la científica cognitiva Maryanne Wolf de la Universidad de Tufts, “quizás hasta más que lo quisieramos pensar cuando nos metemos en la lectura digital—en tanto hacemos muchos avances sin mucha reflexión. Quisiera preservar lo mejor de las formas antiguas, pero saber cuando usar las nuevas.”
Para entender cómo es que leer en papel es distinto que en pantalla hay que entender cómo es que el cerebro interpreta el lenguaje escrito. Solemos tomar a la lectura como una actividad cerebral meramente abstracta, pero para el cerebro lo escrito es parte del mundo físico. El texto para nuestros cerebros es una parte tangible del mundo físico en el que vivimos. Básicamente porque no tiene otra forma de tomarlo. Wolf explica en “Proust and the Squid” que no tenemos circuitos cerebrales dedicados a la lectura: después de todo hace muy poco que inventamos la escritura. Por eso el cerebro improvisa un circuito mezclando otras regiones de tejido neural, y en particular, involucra los circuitos de las habilidades del lenguaje hablado, coordinación motora y visión.
Hay lindos ejemplos históricos: las primeras formas de escritura emulaban las formas de los objetos que representaban. Por ejemplo, la escritura cuneiforme sumeria. Y en el alfabeto moderno, la C como una luna Creciente.
El cerebro literalmente recorre mentalmente los movimientos de la escritura cuando leemos, aunque las manos estén vacías. Nuestros amigos, los científicos, se preguntaron si cambian según la cultura los circuitos neurales para la lectura, y encontraron que los factores culturales afectan muy ligeramente a esos circuitos, que a grandes rasgos funcionan igual en todos.
¿Nunca pensaron en un texto como un paisaje? Bueno, de hecho, parecería ser que es así como lo pensaron, aunque no lo supieran. Cuando leemos hacemos una representación mental del texto, en la que el significado queda anclado en la estructura. No está claro por qué, pero estos mapas mentales del texto son análogos a los que hacemos del terreno (montañas, caminos) o mismo edificios. En estudios la gente cuenta que cuando tratan de ubicar algún fragmento de texto, recuerdan en qué parte (fisicamente) aparece. Por ejemplo, te acordás de que Harry es elegido para Gryffindor en la esquina inferior izquierda del libro en esa página.
Aquí es donde nos preguntamos por la lectura digital: ¿Hacemos esa representación física cuando el libro corre como un ‘río’ de datos?
Los libros físicos tienen una topografía más obvia que el libro en pantalla: página izquierda y página derecha, 8 esquinas con las que orientarse, El lector se enfoca en una sola página sin perder perspectiva del texto entero. Uno hasta puede sentir el grosor del libro y sentir cuánto ha leído y cuánto falta. Pasar una página es como dejar una huella en el camino. Estas características físicas no sólo hacen al libro fácilmente navegable, sino que facilitan formar un mapa mental coherente del texto. A diferencia del libro en papel, las pantallas interfieren con la navegación intuitiva y el mapeo mental del recorrido en sus mentes. Imaginen que Google Maps dejara navegar cada calle o teletransportarse a otro lado, pero no permitiera alejar y ver todo en perspectiva. Aunque los ereaders recreen la paginación, la pantalla siempre muestra una sola página virtual: está ahí y luego desaparece. En vez de recorrer el camino uno mismo, las rocas, árboles y plantas van pasándonos sin rastro de lo que vino o lo que viene.
Como dice A. Sellen: sólo cuando comenzás a usar ebooks es que empezás a extrañar estas sensaciones.
En enero de este año, hicieron un estudio con 72 chicos noruegos. Les dieron dos textos de 1500 palabras cada uno. La mitad leyó los textos en pantalla y la otra mitad en papel. Luego, les hicieron preguntas multiple choice o de respuesta corta. Encontraron que los que usaban pantalla no tenían de la ventaja de navegar rápidamente el texto, cambiando de páginas como en papel. Y acá está el asunto de por qué nos requiere más esfuerzo mental la lectura en pantalla: el papel nos alivia el trabajo. El poder encontrar el principio, el fin y todo lo que está en el medio del texto, en relación con nuestro ‘camino’ facilita la lectura. Esta relación con el texto en tanto narración y su correlación con lo físico nos deja más capacidad para la comprensión del texto en sí. Si no existieran más que las pantallas, inventar los libros en papel sería una genial idea.
Otra encuesta se mete con dos asuntos más de la navegación de textos: la serendipia y la sensación de control. Una serendipia es un descubrimiento afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. La gente disfruta volver en el texto cuando leen algo que les recuerda a una parte anterior, por ejemplo, o también revisar qué viene. La gente también disfruta de tener el mayor control posible sobre el texto: resaltar con tinta química, escribir en el márgen, etcétera. Por estos motivos, y porque alejarse de las pantallas mejora nuestra concentración, es que la gente decide volverse a los libros.Habrán escuchado a más de uno decir que cuando realmente quiere meterse en un texto, lo lee en papel.
También están los que hablan del olor del libro. Casi todos tenemos un catálogo de experiencias sensoriales relacionadas con la lectura. Otro asunto, relacionado con el grosor, es el peso de los libros. Nos referimos a los libros como pesados como livianos según sus páginas. Pero un libro en formato digital tiene longitud, pero no forma, peso o grosor. Estas diferencias de formato entre ebook y libro papel generan una “disonancia háptica” que disuade a posibles lectores del formato digital. La disonancia háptica es la diferencia de expectativa respecto del tacto que genera un libro versus un ebook.
¿Y qué pasa con la lectura exhaustiva?
Todos los que pertenecemos a la Academia nos topamos con este problema. Aunque muchos estudios concluyen que la lectura en papel ayuda a comprender más profundamente los textos que en pantalla, la diferencia es pequeña. Los experimentos sugieren que se debe considerar no sólo a la comprensión inmediata, sino también a la memoria de largo plazo. En un estudio de 2003 a 50 estudiantes británicos les dieron un PDF y un texto en papel (en librito espiralado). Después de 20 minutos les hicieron un test de multiple choice. Les fue bien a todos más allá del medio pero no recordaban de la misma forma. Los psicólogos distinguen entre recordar algo y saber algo. Recordar algo es poder recuperar información con detalles contextuales como dónde, cuándo y cómo uno aprendió algo. Saber algo es la sensación de que algo es verdadero sin recordar cómo uno aprendió esa información. Por lo general, recordar es más débil que saber, y debe ser convertido en un “saber” para conservarse. Cuando los estudiantes leyeron en el monitor dependían más del recordar que del saber, mientras que los del papel dependían igual de ambos. Los encuestadores creen que los que usaron papel aprendieron el material más profundamente y más rápidamente. La diferencia que observaban es que los del papel no tenían que buscar la respuesta en su memoria: simplemente la sabían.
Respecto de la ‘carga cognitiva’ de leer en pantallas: si la pantalla refleja la luz, es más información que el cerebro debe procesar. Si la pantalla tiene baja frecuencia (CRTs), pocos PPI, mucho brillo, también afecta negativamente. Es por estas cuestiones que optamos por la tinta electrónica. Tan mal hace la lectura en pantallas (no tinta electrónica) que la Asociación de Optometría de EEUU lo hizo síndrome (Síndrome de vista de computadora). La pantalla, por todo lo que comentamos, nos cansa y nos estresa más. Eso es lo que afecta nuestro rendimiento cognitivo.
En este experimento buscaron probar eso. Las personas respondían en papel o en computadora y cambió su desempeño. Por ejemplo, yo para leer en la tablet apago las conexiones: siempre está Facebook diciéndome “hey, a qué no sabés quién paseó al perro!” Si durante la lectura aparece una notificación, un pop up, o cualquier otra distracción, disminuye nuestra ‘memoria de trabajo’, que refiere a las estructuras y procesos mentales usados para el almacenamiento temporal de información. El acto de ‘scrollear’ o desplazarnos en el texto afecta a nuestra memoria de trabajo. Exige más recursos que pasar de página o hacer clic. Más allá de los efectos reales de la lectura en papel vs en pantalla, mucho tiene que ver nuestra actitud frente a ambos formatos. Muchas personas sin darse cuenta toman a la lectura en pantalla como algo ‘menos serio’ que la lectura en papel.
Un estudio de 2005 revisó cómo era este acercamiento de las personas al texto. Concluyeron que en la pantalla las personas tomaban muchos atajos, pasaban más tiempo buscando palabras clave que los que leían en papel. Aquellos que leían en papel tendieron a leer los textos una sola vez y de corrido. En la lectura en pantalla, la gente tiende menos a involucrarse en la ‘regulación metacognitiva del aprendizaje’, que implica establecer objetivos de lectura, releer secciones complicadas y revisar lo aprendido. En este otro experimento (Israel, 2011) a la mitad de voluntarios le dieron 7 minutos para leer un texto, el resto era libre de tomarse su tiempo. Entre los que tenían sólo 7 minutos tuvieron igual desempeño los que usaron pantalla y los que usaron papel. Entre los voluntarios que tuvieron tiempo libre, aquellos que leyeron en papel tuvieron desempeño de un 10% mayor que el resto. Los estudiantes que usaban papel se acercaron a la lectura de forma más estudiosa, dirigiendo mejor su atención y su memoria. Esto nos inclina a pensar que las diferencias entre la lectura en papel y en pantalla se achicarán a medida que las predisposiciones cambien.
Quizás la nena de 3 años que jugaba con el iPad no tenga los prejuicios frente a las pantallas que nosotros tenemos. Bien podría suceder que los que ahora son niños y crecen entre lectores digitales no tengan tanto sesgo en contra de la lectura en pantalla.
“Otro fenómeno con los ebooks, es que uno piensa en ‘usar un ebook’ y no en ‘tener un ebook’”, dice Abigail Sellen de Microsoft Research.
Lo que se discute ahora sobre los libros digitales y los libros en papel ¿no les recuerda a lo que la gente decía de la música digital?
A pesar de lo creído en un principio, la gente organiza sus colecciones de discos y comparte de manera análoga a la forma física. Quizás el experimento de Amazon para ‘prestar libros’ con el Kindle ayude a reducir esta resistencia que tenemos. El punto más atractivo del artículo que les estuve comentando es: ¿Por qué nos esforzamos por replicar esa experiencia que nos da el papel? ¿Por qué no quedarnos con el papel y evolucionar nuestras tecnologías de lectura en pantalla en algo completamente nuevo? Y se me vienen a la mente inmediatamente las propuestas de IDEO para el “Futuro del Libro” que pueden ver a continuación:
Las pantallas ofrecen experiencias que el papel obviamente no ofrece. Scrollear texto quizás no sea lo mejor para leer “El Señor de los Anillos”, pero funciona bastante bien para leer el diario, por ejemplo. Muchos medios bien despiertos trabajaron en nuevas propuestas de lectura enriquecidos por el scrolling. Entonces ese ‘esfuerzo cognitivo’ que comenté acerca de la lectura de libros de forma continua se disipa en una nueva experiencia, distinta.
No hace falta quemar libros ni tablets. Mucho ya se gana sólo con considerar las ventajas, desventajas y especificidades de cada formato.